jueves, 31 de enero de 2013

Tubos de Peñalara, primera (y accidentada) invernal del año

Escupir sangre, eso es lo primero que hice después de una caída de 30 metros ladera abajo. Manu, que ha visto el accidente, me pregunta desde arriba:
- ¿Estás Bien?
 - ¡No!

Espero a que acabe de bajar los últimos metros de la pendiente de hielo mientras trato de comprobar, sin quitarme la bota, en qué estado se encuentra mi tobillo izquierdo. El dolor es demasiado intenso como para no tener nada. Mierda, pienso, si me he roto algo, ¿cómo coño voy a salir de aquí?

Ocho horas antes habíamos dejado el coche en el aparcamiento de Cotos, dispuestos a disfrutar de un nuevo día de montaña invernal en Peñalara. Hacía tiempo que no compartíamos ruta y estábamos convencidos de que iba a ser un gran día. Llegamos a la Laguna Grande y decidimos comenzar a subir por el Tubo Central, un corredor de nieve no demasiado empinado que había sido barrido recientemente por un alud.



El riesgo no ha desaparecido del todo, a juzgar por algunas grietas que encontramos junto a las rocas que delimitan el corredor, pero confiamos en que, al ser todavía apenas las 9 de la mañana, la cosa aguante. Somos de los primeros del día en aventurarnos por las pendientes heladas de Peñalara, pero siempre hay alguien más madrugador. De todas formas, entre el mal rollo de los aludes y que las nubes no acaban de decidirse a desaparecer, nadie termina de verlo muy claro.



La previsión meteorológica dice que a lo largo del día el cielo se irá despejando, así que decidimos continuar.





Ascendidos los primeros metros del Tubo Central, nos metemos por un corredor más empinado y más estrecho que sale a mano izquierda, conocido como Tubo del Robot. No está en condiciones inmejorables, pero se deja subir y, sobre todo, está mucho menos expuesto a los aludes.





Desde la salida se ven diferentes vías de ascenso a Dos Hermanas y, aunque no era nuestra idea inicial, nos acercamos a inspeccionar el terreno. El riesgo de aludes aquí es bastante menor, así que decidimos continuar.






Y casi sin que nos demos cuenta nos alcanza un numeroso grupo…



… que opta por subir por una vía que está bastante cargada de hielo.



Cuando alcanzo a Manu –nos habíamos distanciado para cruzar algunas zonas que no nos ofrecían demasiada seguridad- decidimos no seguir al grupo que nos acaba de adelantar y elegimos una vía que parece más asequible.



La caída comienza a ser considerable, así que extremamos las precauciones.



Sobre todo porque según vamos subiendo la pendiente va siendo cada vez mayor.



La nieve está en perfecto estado y las puntas de los crampones se clavan con firmeza. Disfrutamos de los últimos metros de subida junto a dos montañeros que siguen nuestros pasos y con los que estuvimos charlando un rato. ¡Un saludo compañeros!



El día, por fin, decide cumplir las previsiones meteorológicas más optimistas y el azul del cielo logra vencer a las nubes.



Tras un breve descanso nos dirigimos hacia la cumbre de Peñalara. El camino es poco empinado pero largo, y el fuerte viento que sopla hace que tengamos que esforzarnos más de lo previsto para progresar.


Un último esfuerzo y… ¡Cimaaa!



Desde la concurrida cumbre observamos un corredor al que todavía no le ha dado el sol y que parece estar en buenas condiciones…



… y animados por el fantástico día que se ha quedado, decidimos bajar unos metros para ver si se deja subir.





Subo en primer lugar y, ya desde arriba, le doy la señal a Manu de que todo está ok. Se pone manos a la obra... y aquí le tenemos ya afrontando los últimos metros.





Tras un segundo descanso en la cima ponemos rumbo a nuestro último objetivo del día: la Cresta de Claveles. No hay grandes subidas, pero es bastante aérea y con el viento que hace tendremos que tener mucho cuidado. De repente empezamos a oír las hélices de un helicóptero, mala señal. Confiemos en que no haya pasado nada grave...



Dos intrépidos montañeros se aproximan a la entrada del Tubo Encajonado, una vieja deuda pendiente que año tras año se va posponiendo… ¡De este no pasa!





El fuerte viento nos hace abandonar la cresta y recorrer un tramo por su flanco izquierdo. Buscamos una vía que nos devuelva a la arista para afrontar los últimos metros de subida al Risco de los Claveles y finalmente encontramos el paso... ¡y qué paso!






El letrero de la cima está sepultado bajo la nieve y el viento es insoportable, así que decidimos no parar ni un instante y empezar el descenso. El aire nos obliga a detenernos en varias ocasiones, pero conseguimos pasar la parte más expuesta sin demasiadas dificultades.



Ya solo nos quedan 100 metros para llegar a la Laguna de los Pájaros, donde habremos dejado atrás las zonas más peligrosas del día e iniciaremos el apacible camino de regreso al coche. Y hasta aquí lo bonito... y también las fotos.

Un momento, ¿he dicho solo 100 metros? Quedan apenas 30 cuando me tropiezo y de repente me veo deslizándome boca abajo a toda velocidad por una ladera de nieve helada. No hay piedras con las que pueda golpearme y la pendiente termina en una planicie, pero decido tratar de frenar con el piolet para evitar posibles percances. Inicio la maniobra de autodetección clavándolo justo por delante de mí e inmediatamente reduzco mi velocidad y comienzo a girar. Estoy a punto de detenerme cuando de pronto el pico del piolet choca con algo duro y se sale de golpe, el mango me golpea con fuerza en la boca y el dolor hace que pierda durante un instante el control de mi cuerpo, lo justo para que las rodillas bajen y la punta de uno de los crampones se clave en el hielo. Se me retuerce la pierna y cuando llego al final de la pendiente y por fin me detengo ya sé que, si todavía puedo andar, será acompañado de un intenso dolor. 

Me siento y escupo al suelo. Al ver la sangre me llevo la mano a los dientes, parece que están todos en su sitio, pero no paro de sangrar. Cuando Manu llega a mi altura trato de ponerme de pie, el dolor es muy agudo, pero soy capaz de sostenerme. Manu me ofrece su hombro para ver si apoyándome en él puedo andar. Funciona, pero soy incapaz de ir a más de dos kilómetros por hora; teniendo en cuenta que estamos a dos horas del coche a paso ligero… mala pinta. Miramos la hora. Son las dos de la tarde, así que si queremos llegar con luz no podemos ni parar a comer. Tengo el frontal en la mochila, pero de noche no es fácil orientarse en mitad de una llanura de nieve. 

Llevamos recorrido apenas un kilómetro entre gemidos de dolor a cada paso cuando una pareja que va delante de nosotros se da cuenta de que algo ocurre y acude a preguntarnos. Nos dicen que van a bajar hasta la caseta del Parque Natural para avisar de lo que ha pasado, pero antes se cruzan con dos voluntarios de la Cruz Roja que llegan hasta nuestra posición y nos informan de que los bomberos andan también por allí, porque ha habido que rescatar a un accidentado que cayó 200 metros para abajo cuando estaba llegando a la cima de Peñalara. Está fuera de peligro, pero el rescate se ha complicado debido al fuerte viento que impedía al helicóptero posarse. 

Seguimos caminando, ahora un poco más rápido gracias a la ayuda de los voluntarios de la Cruz Roja, que ya son cuatro. Por fin aparecen dos bomberos y nos dicen que van a avisar al helicóptero para que me lleven a Cotos, pero que Manu tendrá que bajarse andando. Nos despedimos. ¿Quién me iba a decir que el mismo helicóptero que hacía unas horas nos sobrevolaba iba a terminar llevándome a Cotos

Me siento con los dos bomberos en el suelo a esperar a que llegue. Pienso en si podré hacer algunas fotos, pero finalmente decido ni intentarlo, pues lo último que quiero es importunar a gente cuyo trabajo consiste en jugarse la vida por los demás, en este caso por mí. Durante el resto del camino he pensado varias veces en hacer alguna, pero apenas podía sostenerme yo solo y no era momento de retrasar aún más la marcha. La cosa era seria, y solo pensar lo que podía suponer pasar la noche en semejante congelador natural me ponía la piel de gallina. 

Llega el helicóptero, me subo a él con la ayuda de los bomberos y en 3 minutos estamos en el aparcamiento, donde nos reciben más voluntarios de la Cruz Roja que me atienden. Ya en el hospital las radiografías confirman los peores pronósticos: fractura de peroné. Por suerte es pequeña y no tiene desplazamiento, pero 15 días con muletas –como poco- no me los quita nadie.

*Antes de dar por terminada esta entrada quiero mostrar mi más sincero agradecimiento a todos los que me ayudaron a salir de aquella: montañeros, voluntarios de la Cruz Roja, bomberos… y en último lugar, pero no menos importante, a Manu, que estuvo siempre a mi lado dándome ánimos, que caminó conmigo hombro con hombro convenciéndome de que íbamos a llegar y que no perdió la serenidad en ningún momento. Un abrazo, compañero.

** ACTUALIZACIÓN (21/02/2013). Al final se complicó la cosa más de lo esperado, porque la fractura del peroné requería operación y tenía fracturado también el maleolo posterior de la tibia. Me quedan dos semanas de muletas, pero hoy por fin he visto cómo ha quedado todo tras la operación. ¡La 40D en modo rayos X hace maravillas!